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domingo, 24 de agosto de 2014

La Gran Manzana se reinventa

Un paseo por Lower Manhattan para descubrir barrios renovados y parques encantadores
Por Bárbara Celis, ViajesNG nº 172
Pocas urbes son capaces de cambiar de piel con tanta velocidad y, además, seguir sorprendiendo. Nueva York no solo ha sabido reconstruir el desgarro urbanístico provocado por los atentados del 11S (septiembre 2001), sino que ha recuperado la capacidad de innovar que parecía haber perdido en los últimos años del siglo XX. Eso sí, quien espere revivir los relatos de Dorothy Parker o las letras de Leonard Cohen tendrá que rendirse a la evidencia: apenas quedan rastros de la bohemia pasada.
Manhattan es hoy un gran centro comercial, pero también es una ciudad que ha abrazado el espacio público y le ha entregado las calles al peatón. La punta de lanza de su última metamorfosis es el parque High Line. Serpenteando a 15 metros del suelo, entre la calle Gansevoort y la 34, a la altura de la Décima Avenida, el High Line se despliega sobre una vía de tren elevada que cruza el barrio de Chelsea. Es un parque indiscreto que permite ver a los viandantes que pasan por debajo, asomarse a las ventanas que corren paralelas y contemplar desde lo alto el mural The Kiss. A sus pies, en Gansevoort Street, hoy se construye la segunda sede del Whitney Museum of American Art: la firmará Renzo Piano y abrirá sus puertas la primavera de 2015.
Un poquito más al oeste, en el Hudson River Park, también ha florecido la arquitectura. Este pulmón verde viaja en paralelo al río Hudson desde la calle 59 hasta Battery Park, en la punta sur de Manhattan. Está flanqueado por edificios de Frank Gehry, Jean Nouvel y Richard Meier, pero lo que resulta imbatible es disfrutar de la puesta de sol cayendo sobre el nuevo perfil o skyline del vecino estado de New Jersey.

La bicicleta, disponible en cualquier esquina, es la mejor opción para recorrer todo el Lower Manhattan. Gracias a su red de vías para ciclistas, es fácil pedalear desde el Hudson River Park hasta el West Village por calles arboladas como Charles y Perry Street. Así se puede disfrutar de las pequeñas boutiques y los restaurantes de un barrio que fue testigo de los primeros pasos musicales de Bob Dylan y cuyas casas bajas y escaleras a pie de calle hacen olvidar el fragor de las grandes avenidas y los rascacielos. La «Generación Beat» también deambuló por aquí en los años 1960, sobre todo por el Washington Square Park. Recientemente remodelado, este pequeño jardín fue el punto de encuentro de poetas, músicos y jóvenes rebeldes. Aún hoy es uno de los parques con más vida de la ciudad.
Para alcanzar el sur de Manhattan existen dos posibilidades: pedalear hasta Battery Park, desde donde la Estatua de la Libertad ofrece una de sus mejores caras, o tomar el metro hasta South Ferry. En esta zona resulta imprescindible visitar el Memorial del 11S, diseñado por Michael Arad y Peter Walker. Las emotivas huellas de las Torres Gemelas, convertidas en dos inmensas fuentes-cascada sobre las que reposan los nombres de las víctimas y su parque circundante son un remanso de paz incrustado en el palpitante Wall Street. También hay un museo con chatarra del atentado y merchandising patriótico, quizás excesivo para el turista europeo pero sí pertinente para el americano. Junto al Memorial se alza la Torre de la Libertad, un híbrido arquitectónico cargado de simbolismo. A su lado, en la Zona Cero, se erigen nuevos rascacielos de diseño anodino y construcciones clásicas como el bello Woolworth Building, que fue hasta 1930 el más alto del mundo.
Frente al City Hall para el autobús 15, que conduce hasta el Lower East Side, un barrio en el que hace un siglo los inmigrantes judíos se hacinaban en pisos angostos con la bañera en el salón. Hoy es el paraíso de la juventud. Aquí se halla el cúbico New Museum, catalizador desde hace una década del renacer comercial de esta área donde abundan las galerías de arte joven, los bares de moda y los hoteles chic.
Lower East Side es fronterizo con Little Italy, el antiguo barrio italiano, hoy devorado por Chinatown e irónicamente sede de los peores restaurantes italianos de Nueva York. Es una sombra de lo que fue, aunque todavía es posible tomar un buen helado y un buen café italiano en Grand Street. Desde ahí es fácil caminar hasta el distrito del SOHO y dejarse el sueldo en la orgía comercial de calles como Lafayette o Mercer, donde boutiques coquetas como la de Prada se mezclan con tiendas globales como los gigantes H&M , Zara o Gap.
Muy cerca, en el cruce de Houston y Broadway, se puede tomar la línea de metro F hasta York Street para llegar a Brooklyn y disfrutar de dos parques de nuevo cuño, el Brooklyn Bridge Park y el Main Street Park. Ambos ofrecen el magnífico skyline neoyorquino, pero el primero permite admirarlo desde la izquierda del puente de Brooklyn, mientras que el segundo tiene el aliciente de verlo entre ese puente y el de Manhattan. La breve caminata desde el metro hasta Main Street Park permite saborear el barrio de Dumbo, lleno de fábricas reconvertidas en galerías de fotografía, bares y tiendas. Imprescindible: volver a Manhattan cruzando a pie el puente de Brooklyn.
Un buen final a este recorrido es pasear hasta el Flatiron Building. Erigido en 1902, su estructura triangular ejerce la misma magia que hace un siglo, cuando H.G. Wells escribió: «Me encontré ensimismado, admirando la proa del Flatiron abriéndose paso a través del tráfico de Broadway y la Quinta Avenida, a la luz de la tarde».
MÁS INFORMACIÓN
Documentos: pasaporte electrónico y Electronic System for Travel Authoriztion
Idioma: inglés.
Moneda: dólar.
Horario: 6 horas menos.
Cómo llegar: El aeropuerto John F. Kennedy (JFK) recibe la mayoría de vuelos directos desde Madrid y Barcelona.
El trayecto dura 8 horas.

Transporte: MetroCard para los transportes y New York City Pass para museos y atracciones.
Turismo de Nueva York

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