El objetivo del BCE es que se mantenga ligeramente por debajo del 2% en toda la Eurozona donde el último dato publicado la cuantifica en el 0,4% mientras que en España está en el -0,3%. ¿Está controlada, más bien diríamos que controladísima o más bien descontrolada por defecto?
¿Es perjudicial?
La deflación, o inflación negativa, es uno de los fenómenos que un cierto consenso político, tal vez porque los economistas no tenemos todavía sobre la misma las ideas claras, ha colgado la etiqueta de perjudicial cuando no lo es. Lo primero es entender que las variaciones de los precios en sí misma no es mala si estos lo hacen libremente, es decir: en ausencia de la interferencia que supone un banco central alterando en cada momento la masa monetaria. Las variaciones mostrarían que bienes y servicios abundan cada vez más, o son menos apreciados por los consumidores, y, consiguientemente, bajarían, frente a aquellos que escasean, o son cada vez más demandados, y, por tanto, subirían.Esas subidas y bajadas individuales de precios nos darían información sobre las preferencias de la sociedad y orientarían a los productores y distribuidores. Cuando un banco central interviene generando inflación mucha de esa información se pierde, pues todos, o casi todos los precios, suben aunque no en las mismas proporciones, porque la escasez o abundancia relativa sigue influyendo sobre el sistema de precios.
La peor de las actuaciones de los bancos centrales opera cuando comienzan, los bancos, a distinguir entre unos bienes y productos y otros, para incidir en las variaciones relativas de algunos en beneficio o perjuicio, igualmente, de otros. Es lo que se hace con la diferencia entre inflación subyacente y general. Se pretende así, con la política monetaria, abaratar el coste de la energía, por ejemplo, cuando su movimiento libre incentivaría más que ninguna otra cosa la búsqueda alternativa de soluciones a partir de la investigación y el desarrollo.
A más paro, mayor bajada de precios
La deflación no es mala porque retrase las decisiones de consumo, como se dice a veces. Nadie deja de comer, ni de vestir, ni de irse de vacaciones este año, en espera de mejores precios. Tampoco afecta a las decisiones de consumo de bienes duradero: el mercado de electrodomésticos o la electrónica de consumo son un buen ejemplo de ello. La deflación general, con una masa monetaria razonablemente estable, como es el caso, no es más que una prueba, un síntoma, del proceso de ajuste que está experimentando la economía española.Si los salarios han caído, porque los niveles que alcanzaron no se pueden pagar ahora, no se puede pretender que los precios se mantengan y los hogares consuman lo mismo. Los productores y distribuidores irán reduciendo sus costes y sus beneficios, mal que les pese, y consiguientemente sus precios, hasta el momento en el que comiencen a vaciarse sus anaqueles o sean incapaces de atender la demanda cada vez más creciente.
En ese sentido, es de destacar que el mapa regional de inflación nos muestra que, en general, los territorios con mayor paro tienen los descensos de precios más acusados, frente a aquellos con menor desempleo, en los que ocurre exactamente lo contrario. El ajuste de precios es mayor allí donde los hogares tienen menos capacidad de gasto y se hace necesario incentivarlo. Y no hay mayor incentivo que los precios bajos, que aumentarán, consiguientemente los intercambios. Pretender aumentar el consumo con crédito, elimina la deflación pero no el problema. La riqueza no es el dinero sino la producción y el intercambio.
La deflación aterra a los gobiernos endeudados porque con sistemas progresivos de imposición se reducen más que proporcionalmente sus ingresos (al revés de lo que pasa con la inflación) y aumenta el valor real de su deuda.
Dado que todos los agentes se han ido adaptando a la nueva situación: menos ingresos, eliminación de gastos no estrictamente necesarios, búsqueda de alternativas más baratas aunque sean menos satisfactorias... convendría al sector público hacer lo mismo porque, a pesar de los esfuerzos que ha realizado, no puede pretender mantener su estructura de gasto a la vista del ajuste que los demás hemos hecho y que la deflación le está mostrando: cuando los demás no me pueden comprar, tengo que vender más barato. Los servicios públicos también. Se llama racionalidad, competitividad... Es la lección de la deflación.
Rubén Manso Olivar, de Mansolivar &IAX.
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