Una sangría demográfica sin precedentes
Cati y Ramiro Ayo tienen ya la cabeza en Ecuador, a donde planean volver con sus dos hijas después del verano para montar un negocio con el que sacar partido a los conocimientos de cerrajero que Ramiro adquirió en las obras españolas. Como buena parte de sus vecinos ecuatorianos de Mula (Murcia) llevan casi tres lustros en España, y, también como sus compatriotas, sienten que ha llegado el momento de irse del país que les acogió en tiempos de bonanza y en el que ahora sienten que sobran. Fiesta a fiesta han despedido en los tres últimos años a casi todos sus amigos. “Los que quedamos se cuentan con los dedos de las manos”, se lamenta Cati en el desguace al que se trasladaron a vivir después de que el banco se quedara su piso.
La salida de inmigrantes como los Ayo es la principal causa del pronunciado descenso de la población en España, según los datos de migraciones publicados ayer por el Instituto Nacional de Estadística. Hasta 547.890 personas emigraron, la mayor cifra desde que se registran estos datos. Este es el segundo año consecutivo en el que España pierde población, y lo hace con un descenso de 220.130 personas.
La cifra total de inmigrantes se sitúa en 4.676.022, un 7,82% menos que en 2012. Es el cuarto año consecutivo en el que se registra un saldo migratorio negativo y supone una caída seis veces superior a la de 2010, el primer año que empezó a caer. Las cifras del INE hablan también de 230.581 nacionalizados españoles, lo que explica también la caída de la cifra de inmigrantes.
Los españoles no escapan ni mucho menos al éxodo migratorio. Durante 2013, 79.306 españoles decidieron trasladarse a vivir fuera, lo que supone un crecimiento de 38,5% respecto al año anterior. Y solo 33.396 españoles decidieron regresar a España.
El mayor número de salidas en términos relativos se produjo entre la población ecuatoriana, colombiana y boliviana. En términos absolutos, los que más emigraron fueron los rumanos (69.669) y los marroquíes (52.483). Se van también los ingleses y los alemanes, asustados por las obligaciones que impone el fisco español y a los que el precio de la vida en España ha hecho que ya no les compense la vida bajo el sol. Los países cuya población sigue aumentando se cuentan con los dedos de las manos. Los rusos y los chinos se encuentran entre ellos.
Cati y Ramiro Ayo vuelven a Ecuador, porque allí, según Ramiro “es igualito que cuando vinimos aquí. Todos tienen su casa y su coche y en los bancos todo son facilidades”. Siguen el rastro del optimismo que les trajo hasta España en el año 2000 y que aquí hace tiempo que se esfumó. Como ellos, cientos de los ecuatorianos que se asentaron en esta comarca agrícola han dicho adiós a los cítricos y a los tomates.
La mayoría de los locutorios de Mula han cerrado, al igual que una treintena de comercios, arruinados por la crisis y por el éxodo de consumidores. El centro se ha quedado lleno de pisos vacíos que se venden a precio de saldo. “La mayoría se han ido a su país y han entregado los pisos a los bancos que en muchos casos lo venden a precios de coste”, apuntan en la inmobiliaria local Jiménez Huéscar. El caso de Mula, un pueblo de 17.000 habitantes, que acumula problemas financieros y sociales tras el pinchazo de la burbuja inmobiliaria no es especialmente grave. Pero, sobre todo, no es único. La salida silenciosa y constante de inmigrantes se reproduce por los pueblos y barrios de toda España. Los cerca de cinco millones de inmigrantes que España recibió durante los tiempos de bonanza se marchan ahora, en una suerte de lluvia fina, imperceptible a los ojos de los que diseñan las políticas macroeconómicas.
Los que se van son más jóvenes que la media nacional y por tanto con más posibilidades de tener hijos que los españoles, lo que contribuye a agravar el problema del envejecimiento de la población. El análisis del pasado mayo del INE sobre la población activa en España, indica que se ha producido una reducción de 424.500 personas activas en el último año, de ellas 364.000 extranjeras.
A pesar de la falta de estudios sobre el impacto de la salida de inmigrantes ni de planes oficiales para controlar o dirigir las salidas, hay economistas que sostienen, que la pérdida de peso poblacional forzosamente provocará cambios en el metabolismo de un país que engordó mucho en muy poco tiempo y que ahora adelgaza a marchas forzadas. El economista Edward Hugh, autor del libro ¿Adiós a la crisis? y del blog Demography matters piensa que la salida de trabajadores “puede ser solo el principio”. Apunta a la caída del consumo básico y la pérdida de capital humano formado para trabajar como algunas de las principales consecuencias del bajón demográfico. Y destaca el impacto a medio plazo sobre las pensiones. “La gente que sale está en edad de contribuir y no hace un uso excesivo de la sanidad porque son jóvenes”, señala. Hugh alude por último al debate global que apenas ha prendido en España —a pesar de la montaña rusa demográfica de los últimos años— sobre si es bueno o malo que baje la población de un país. Las proyecciones del INE por ejemplo indican que España perdería 2,6 millones de habitantes en los próximos 10 años si se mantienen la tendencia. “Cuando se recupere la economía, vamos a echar de menos a los que se han ido, sobre todo a los más cualificados”, apunta el director del Centro de Estudios sobre Migraciones y Ciudadanía, Joaquín Arango.
Se marchan antes aquellos cuyos países ofrecen más alternativas. En el caso español, se han ido primero los comunitarios, luego los brasileños y argentinos y después los demás. Se van también los que consiguen la nacionalidad española, es decir los más integrados. “Los colegios, los hospitales y en general los servicios públicos han hecho el esfuerzo de adaptarse mejor o peor a una realidad que ahora se esfuma”, analiza González Ferrer. Javier Díaz Giménez, profesor de economía en el Iese, se queja de que los sucesivos Gobiernos no han sabido diseñar planes migratorios ni cuando los trabajadores venían ni ahora cuando se van. “No hemos sabido retener a los inmigrantes”, opina.
Los expertos advierten de lo complejo que resulta cuantificar este fenómeno. Los datos de migraciones publicados ayer corresponden a las altas y las bajas del padrón municipal, sometidas a un tratamiento estadístico que pretende afinar las salidas y entradas. El problema es que la gente que se va no suele comunicarlo y su marcha suele salir a la luz cuando se limpia el padrón municipal cada dos años. El deseo de algunos municipios de tener el mayor número de población inscrita con el objetivo de acceder a más recursos tampoco ayuda a clarificar la magnitud de la sangría demográfica. Carmen González Enríquez, del Real Instituto Elcano apunta al impacto de la reforma sanitaria. “Desde que se excluyó de la sanidad a los inmigrantes sin permiso de residencia, muchos dejaron de empadronarse porque no les garantizaba el acceso a la sanidad”, explica.
Pese a la dificultad de medir el éxodo, lo cierto es que sobre el terreno la evidencia impresionista abruma. Poco antes de la siete de una mañana de junio, en el consulado de Ecuador en Madrid, Aníbal, el ingeniero se prepara para vender en plena calle plátano con chicharrón, encebollado y tamales a los que hacen cola. Algunos de ellos preparan ya su vuelta y se animan a participar en la conversación. Hay quien ya tiene parte de la familia fuera. Otros se irán juntos. “Allí se gana poco, pero nunca falta qué comer”, dicen. “Se va al campo, a pescar y luego está la familia… El propio Aníbal marchará dentro de unos meses, después de cinco años en el paro, desde que se acabaron las obras y dejó de operar la grúa. Cada vez hay menos ecuatorianos a los que vender platillos, lamenta.
El embajador de Ecuador en España, Miguel Calahorrano, cifra en al menos 50.000 los retornados (hay en total 56.466 ecuatorianos menos en España según el INE), pero también habla de miles con doble nacionalidad ecuatoriana-española emigrados a Europa y que no cuentan en España como extranjeros. Dos universidades españolas están estudiando ahora por encargo de la embajada la salida de ecuatorianos de España. “Es para intentar saber qué está pasando con nuestra gente”, señala el embajador.
Para Calahorrano, el origen de los males de su comunidad radica en las hipotecas “que los bancos les vendieron a sabiendas de que no iban a poder pagar”. Calculan que 20.000 de sus nacionales se encuentran en esta situación. “En nuestro país van a vivir mejor. Tendrán una vida digna”.
En Mula, la salida de ecuatorianos ha coincidido en el tiempo con la llegada de inmigrantes magrebíes. El Ayuntamiento dice que a finales de 2007 había 1.707 ecuatorianos, mientras que ahora hay 664. El problema es que en Mula, como en muchos otros pueblos de España no han actualizado el padrón municipal. En parte, según fuentes municipales, por falta de fondos, pero también porque de registrarse un descenso de población acusado, recibirían menos fondos.
El grueso de los inmigrantes se van de Mula como del resto de pueblos de España en un contexto de empobrecimiento generalizado y de creciente tensión social. Con el paso de los meses, los subsidios se acaban y el ejército de chapistas, fontaneros y electricistas que dejaron la escuela para alicatar la costa española por 3.000 euros al mes, merodean ahora por las calles sin oficio ni beneficio. Compiten por los empleos y por las ayudas del banco de alimentos o las becas de comedor con los inmigrantes que aún no se han ido o que recalan aquí procedentes de otras zonas de España u otros países. “Antes, los beneficiarios de las bolsas de comida que repartimos eran sobre todo latinoamericanos y ahora son principalmente españoles”, explica María Dolores Romero, de los servicios sociales del Ayuntamiento de Mula. Y cuenta que por primera vez, en un muro del pueblo, el lugar en el que se reparten los alimentos, apareció hace no mucho una pintada en la que se leía: “Los españoles primero”.
Algunos extranjeros en Mula se quejan de que ahora la población local ya no les trata bien y de que no se sienten bienvenidos. En un bar cualquiera, basta mencionar la palabra inmigrante para que la temperatura suba y enumeren la ristra de supuestos beneficios y agravios comparativos. “Con las vacas gordas, todos éramos muy buenos, pero cuando el cinturón asfixia, ya es otra cosa”, advierte Jerónimo Moya, técnico de desarrollo local del Ayuntamiento de Mula. “La tensión es palpable. La gente está desesperada y culpa a los inmigrantes”.
A media tarde, a las afueras de Mula para un autobús y baja una quincena de temporeras que vuelve del tajo, del tomate, de ganar 6,42 euros la hora bajo el plástico. Hay trabajadoras de Ecuador, de Bolivia, de Argentina, de Bulgaria y también de España. Como cada día, salieron de aquí a las 4.45 de la mañana y regresan derrotadas. Víctor Ipiales, el conductor del autobús, está arreglando los papeles para volver a Ecuador siguiendo a su mujer, su hija y sus nietos, que salieron hace ya tres años. Dice que “aquí ya no hay futuro”. Algunas de sus pasajeras habituales también han hecho las maletas. Otras, como Paola Espinel envidian a los que se van. “A nuestra edad y sin estudios, nos resultaría muy difícil encontrar otro trabajo. Hay muchos que se van muy ilusionados, pero las que no tenemos nada, no nos queda otra que seguir aquí".
INFORMACION SACADA DEL PERIODICO EL PAIS
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